Por: Primitivo Gil
En tiempos donde la velocidad de las redes supera al criterio y el escándalo vence a la prudencia, urge recordar que la verdad no se determina por tendencias ni por titulares ruidosos. Mucho menos cuando se trata de la Iglesia, institución que durante siglos ha sostenido a generaciones enteras en la fe, en la ética y en la esperanza de un país.
La situación que envuelve al Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, Monseñor Francisco Ozoria Acosta, exige un examen sereno, justo y profundamente responsable. No un linchamiento mediático, ni un juicio público improvisado, sino investigación seria, claridad y respeto hacia quien ha dedicado su vida al servicio pastoral.
Entre rumores, sombras y ruido… ¿dónde está la verdad?
Es innegable que la noticia sobre el cese administrativo del arzobispo sacudió al país. Su posición como Primado de América añade sensibilidad a un episodio que, por su naturaleza, requería discreción y rigor informativo.
Sin embargo, la realidad mediática actual no concede pausas. Surgieron acusaciones vagas: “vacío de liderazgo”, “mala administración”, comentarios sobre terceros, y un sinfín de especulaciones que, sin pruebas verificables, fueron amplificadas como si fueran certezas.
La pregunta es inevitable:
¿Es justo, es cristiano, es ético destruir una trayectoria completa sin evidencias concretas?
Historia conocida, pero amplificada por megáfonos digitales
Este no es el primer conflicto eclesiástico en el país. En 1970, el Vaticano nombró como arzobispo coadjutor a Mons. Hugo Eduardo Polanco Brito en tiempos del Cardenal Octavio Antonio Beras Rojas. También entonces hubo tensiones internas, luchas de poder y opiniones encontradas.
Pero en aquella época no existían redes sociales. Nadie podía convertir rumores en condenas instantáneas.
Hoy sí.
Hoy basta un tuit, un video malintencionado o un comentario anónimo para desfigurar reputaciones, alimentar odios y construir narrativas sin sustento.
¿Mala administración o arma interna?
La acusación más repetida es la de “mala administración”. Pero sin auditorías, sin documentos oficiales, sin señalamiento detallado, hablar de “mal manejo” es un juicio subjetivo y manipulable. La propia historia de la Iglesia demuestra que, donde existe poder, también aparece la intriga, la envidia y la lucha por ascensos.
En medio de todo, Monseñor Ozoria ha mantenido una postura firme y serena:
su conciencia está tranquila y su vida ha sido pública, transparente y entregada.
Esa tranquilidad no debe ser burlada, sino respetada.
Responsabilidad periodística y responsabilidad cristiana
El periodismo que sirve al país no es el que grita; es el que investiga.
El periodismo que honra la verdad no destruye; aclara.
Y el periodismo que edifica no se deja usar como herramienta de poder o de vendetta interna.
La responsabilidad cristiana exige lo mismo:
Ver antes de juzgar.
Escuchar antes de condenar.
Investigar antes de repetir.
Amar antes de señalar.
No se trata de absolver sin evidencia, sino de no condenar unsin pruebas.
Un llamado a la sensatez, en tiempos de ruido
Muchos entienden que la caída de Monseñor Ozoria puede abrir puertas para ambiciones internas. La historia humana —no solo eclesial— está llena de ejemplos así. Pero Dios, que es justicia perfecta, conoce la verdad completa y no se deja confundir por los rumores de los hombres.
Hoy más que nunca debemos recordar que la Iglesia es depositaria de fe, no de espectáculo. Y que ninguna comunidad —religiosa, política o social— gana algo destruyendo a uno de sus servidores sin fundamento.
Volver al amor y a la verdad
En una sociedad herida por la polarización, la prisa y la superficialidad, urge regresar a la esencia del Evangelio: el amor, la verdad y la justicia.
La verdad —como señala Juan 8:32— no es un arma, sino un camino.
Y la justicia no es un evento mediático, sino un proceso honesto.
Este artículo no pretende decidir culpabilidad o inocencia.
